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Ciudad Real es una de esas ciudades que aún me quedan por conocer. Algo conozco de Castilla – La Mancha, en especial Toledo. Pero he tenido la suerte que pasar a través de ella en tren, una manera extraordinaria de conocer su paisaje, sus campos, el sol que la ilumina. Con este libro, José Ramón Gómez Cabezas nos trae un trocito de Ciudad Real, una ventana al pasado para que recorramos sus calles.
La novela comienza con el suicidio de un sacerdote. La primera en la frente. Años 20, España y un párroco que se suicida: pecado mortal penado entre otras cosas con la negación de entierro en campo santo.
De ahí saltamos a una escena rural y cotidiana: una corrida de toros en Almagro. Nos describe la vestimenta, el calor del ambiente, la delincuencia y el pillaje, la vuelta a casa en un tren hacinado de gente sudorosa… Aún no nos ha situado en el año en que transcurre la historia pero ya te traslada al pasado. Con este telón de fondo, conoceremos a Joaquín Córdoba, un periodista retirado por unos traumáticos sucesos en su pasado. Poco a poco veremos que si queremos descubrir más de lo que ha pasado, tendremos que leernos la primera novela del autor, Requiem por la bailarina de una caja de música. Pero tranquilos, que esta se puede leer independientemente, y no nos desvela más que lo necesario de la primera.
Me llamo Joaquín Córdoba Martín de la Vega, nací con el siglo. Madre murió a las pocas horas del parto; algunos me llaman loco por creer que me acuerdo de su rostro iluminado el día que me parió. Padre, el afamado general Julián Córdoba se ha mostrado distante desde que tengo uso de razón, quizás culpándome por la muerte de mi madre. Con los años y ante mi negativa a seguir la marcha militar, decidió enviarme a Madrid para que me ganase la vida aprendiendo un oficio. En este caso, el de periodista. Allí me vi mezclado en ambientes anarquistas; una noche, en un tugurio de mala muerte, entró la Guardia Civil arrasándolo todo. De recuerdo, me dejaron unos desvanecimientos que me ausentan de la realidad por horas o incluso días, y que marcaron el curso de mi vida y la de mis amigos. Gracias a ellos, me vi involucrado en un homicidio, el de la hija de un importante ceramista retornado a la ciudad, de la cual me enamoré con locura. Mi mundo se había resquebrajado entonces, y no hacía mucho que, trabajosamente, había empezado a reconstruirlo.
A la vuelta del viaje a Almagro, Joaquín descubrirá que su tío Domingo está ingresado. No se sabe bien qué le ha pasado, pero el médico que le atiende le dice a Joaquín que el tipo de heridas y magulladuras le recuerdan a las que ha visto en prostitutas y mendigos a los que les habían tirado de un coche en marcha. A esta preocupación, Joaquín suma la de sus desvanecimientos, que le suceden cada vez con más frecuencia, sin conocer el origen ni el motivo.
Además de querer conocer el origen de los daños de su tío, se verá involucrado en un par de investigaciones más. Una de ellas, una serie de robos en casa del boticario, que le traerán de cabeza. Bueno, más que los robos, la hija del boticario… La otra trama, es la carta de José Maestro. José es un hombre que trabaja desde hace años en una clínica dental, donde la gente deposita en él sus confidencias, entre ellas una carta de una prostituta que cree que ha sido víctima de un caso de niños robados. Al dar a luz las monjas le dijeron que el niño estaba muerto, pero nunca vio el cadáver ni quisieron decirle qué habían hecho con el cuerpo. Y es que el hijo de una prostituta tampoco tenía derecho a descansar en tierra consagrada.
Como veis, el brazo de la Iglesia es muy largo. Y es que en aquella época seguía siendo una de las instituciones más poderosas del país, al cargo no solo de la moralidad y la condena de los pecadores, sino de hospitales, hospicios, casas de acogida… El hospital donde está ingresado el tío de nuestro protagonista estará al cargo de monjas, no de enfermeras. Esa presencia del clero se respira durante toda la novela.
La trama transcurre de forma pausada a pesar de las escasas 230 páginas del libro. Las escenas van pasando por los cortos capítulos, y recorreremos las calles de la mano de Joaquín y de su comprade Ramón. Calles llenas de charcos, con muy escasos vehículos motorizados aún, en una ciudad que en aquellos tiempos estaba unida por un empedrado a Madrid, y a una distancia de 7 horas en tren para salvar 200 km. Cuando lees este tipo de datos parece mentira que no hayan pasado ni 100 años.
Y ahí es donde reside la magia de la narración. En esas descripciones de unos parajes donde parece que el tiempo se ha detenido y que no va a avanzar jamás, donde todas las casas y las familias tienen secretos, y donde hay secretos a voces por las calles. Esa Castilla pedregosa y rencorosa, con una narración clara, sencilla, sin necesidad de artificios, que refleja una realidad muy dura. Los que procedemos de ciudades pequeñas, con pueblos pequeños plagados de señoras barriendo las aceras, sentadas al sol criticando a los vecinos, acudiendo religiosamente a rezar el rosario, creo que entendemos bien esa Ciudad Real que nos cuenta José Ramón. Esos lugares donde parece que nunca pasa nada, pero porque todo se tapa y nada se deja saber. De ahí la credibilidad que surge al narrar tantos sucesos en un lugar tan aparentemente pequeño.
Con todo esto que os cuento no creáis que la trama no tiene fuerza o que no te engancha, pero para mi el peso de la novela está en el paisaje y sobre todo en la narrativa del autor. La trama me ha resultado más una excusa para disfrutar de su pluma que el aliciente principal para pasar las páginas.
El papel de Joaquín como investigador de los misterios en que se ve envuelto viene justificado por ese pasado de periodista, esa curiosidad innata que tiene al haber ejercido dicho oficio, por destapar tramas truculentas y secretos inconfesables. Encontramos en la novela esa típica dualidad del protagonista y su compañero, con uno que investiga y otro que le acompaña en sus pesquisas navaja en mano. Entre los personajes que encontramos, veremos a un tal Paco Gómez Escribano, segunda aparición de este escritor en dos novelas distintas en lo que va de mes: en esta y en Muerto el perro de Carlos Salem. Tiene que ser un orgullo ser tan querido para que te homenajeen de esa forma.
Solo añadir que, cómo no, me he quedado con muchas ganas de leerme la primera entrega de las aventuras de Joaquín Córdoba y saber exactamente qué pasó. Orden de búsqueda y captura para un ángel de la guarda me la he leído en apenas un día, y como comentaba en Goodreads, entiendo que pueda ser frustrante para el autor que tantos meses de trabajo se ventilen en un par de tardes de lectura, pero creo que es un gran elogio que una historia te atraiga tanto que no quieras dejar pasar más tiempo para terminarla.
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